Los ataques de pánico son cuadros clínicos, que atraviesa la mente humana, normalmente a partir de los 18 años de edad, consistentes en un miedo intenso en ocasiones inmotivado que, a la vista del sujeto pasivo del citado miedo, le es motivo suficiente para infundirle un temor difícil de evitar o controlar.
El síntoma principal que envuelve a los demás es la crisis de ansiedad manifestada principalmente en: sensación de ahogo, taquicardias, palpitaciones, sensación de nudo en el estómago, temblores, sensación de inestabilidad, sudoración, sofocos o escalofríos, miedo a atragantase e incluso episodios diarreicos.
Entre las sensaciones más frecuentes que proyectan los citados síntomas podemos destacar: miedo a la muerte inminente, a un infarto, al desmayo, a provocar una escena indeseada o miedo a volverse loco. Así como el contacto directo con espacios abiertos, o cerrados por lo general concurridos o bien grupos de gente que el sujeto asocie a un recuerdo o que simplemente le genere una angustia sin una causa aparente.
La reacción inmediata, casi instintiva, del individuo que atraviesa un ataque de pánico es evitar el entorno social que motiva o potencia el miedo. Y, durante la noche, y durante la noche pueden aparecer pesadillas.
Biológicamente, durante el periodo de ansiedad padecido el sistema límbico percibe el temor y la amenaza desencadena que los lóbulos frontales desconecten, quedando fijada la atención en el peligro considerado como potencial por el sujeto. De esta manera, se desencadena un caudal de hormonas, sobre todo adrenalina y noradrenalina.
La mejor manera de hacer desaparecer estos episodios es el tratamiento farmacológico, que es muy eficaz, combinado en ocasiones con una terapia como medio para conseguir la remisión paulatina de la angustia en el paciente. Con este fin, el tratamiento farmacológico ayuda a bloquear las crisis de ansiedad y que el sujeto se encuentre cómodo en aquellas situaciones que le generaban angustia. Además ayuda a generar en el paciente la seguridad necesaria para eliminar el miedo y convivir con normalidad con aquello que lo desencadenaba.